jueves, 13 de diciembre de 2007

El hombre indomable

Existe en la persona una pasión indomable que arde en ella como un fuego divino. Se eleva y cruje al viento cada vez que olfatea la amenaza de la servidumbre y prefiere defender más que su vida, la dignidad de su vida. Define al hombre libre, al insobornable; al hombre, como dice Bernanos, «capaz de imponerse a sí mismo su disciplina, pero que no la recibe ciegamente de nadie: el hombre para el que el supremo confort es hacer -en cuanto sea posible- lo que él quiere, a la hora que ha escogido, debe pagar con la soledad y la pobreza este testimonio interior al que da tanto valor; el hombre que se da o que rehúsa darse, pero que no se presta jamás». Esta clase de hombres es poco frecuente. La masa de hombres prefiere la esclavitud en la seguridad al riesgo en la independencia, la vida material y vegetativa a la aventura humana. Sin embargo, la rebeldía contra el adiestramiento, la resistencia a la opresión, el rechazar el envilecimiento, son el privilegio inalienable de la persona, su último recurso cuando el mundo se levanta contra su reino. Bien está que los poderes definan y protejan los derechos fundamentales que garantizan la existencia personal (...), pero se podrá siempre discutir por las colectividades las fronteras de estos derechos con el bien común. Las más solemnes declaraciones de derechos son pronto cambiadas cuando no descansan sobre una sociedad suficientemente rica en caracteres «indomables», al mismo tiempo que sobre sólidas garantías en las estructuras. Una sociedad en la que los gobernantes, la Prensa, las élites, no propagan más que el escepticismo, el engaño y la sumisión, es una sociedad que se muere y sólo moraliza para ocultar su podredumbre.

E. Mounier

martes, 11 de diciembre de 2007

Propuestas políticas para una sociedad nueva IV

Construir desde abajo

La sociedad nueva que buscamos no puede llegar nunca como imposición sobre las personas. Lo primero es tomar conciencia de que la situación actual de nuestra sociedad, profundamente injusta, es la situación que entre todos creamos, pues la sociedad es consecuencia de nuestras acciones individuales. Por lo tanto, para transformar la sociedad no basta con cambiar a los que están situados en las esferas de poder, pues no son sólo las acciones de estos las que influeyen en la configuración de la sociedad, sino las de todos los que componemos el cuerpo social.
Por lo tanto el cambio social sólo será posible y firme si es realizado a través del cambio en las personas. Cuando las personas dejemos de utilizar la corrupción para conseguir nuestros fines, nuestra sociedad dejará de ser corrupta; y así con todo lo demás.

El cambio, por tanto, nunca vendrá impuesto desde arriba, es decir: no existe ningún poder exterior a la libertad de los hombres capaz de construir un mundo justo, solidario y fraterno. Ese poder reside en cada persona única y exclusivamente. De ahí que nuestra esperanza con respecto a una sociedad que encarne los valores de la persona sea nuestra esperanza en que cada hombre elija, desde una libertad responsable, realizar esos valores a través de acciones virtuosas. Esta es nuestra esperanza.