lunes, 4 de agosto de 2008

Sobre los problemas filosóficos

La invitación de Simmias en el Fedón de Platón
"A mí me parece, oh Sócrates, sobre las cuestiones de esta índole tal vez lo mismo que a ti, que un conocimiento exacto de ellas es imposible o sumamente difícil de adquirir en esta vida, pero que el no examinar por todos los medios posibles lo que se dice sobre ellas, o el desistir de hacerlo, antes de haberse cansado de considerarlas b
ajo todos los puntos de vista, es propio de hombre muy cobarde. Porque lo que se debe conseguir con respecto a dichas cuestiones es una de estas cosas: aprender o descubrir por uno mismo qué es lo que hay de ellas, o bien, si esto es imposible, tomar al menos la tradición humana mejor y más difícil de rebatir y, embarcándose en ella, como en una balsa, arriesgarse a realizar la travesía de la vida, si es que no se puede hacer con mayor seguridad y menos peligro en navío más firme, como, por ejemplo, una revelación de la divinidad". (Tomado de Platón, Fedón, Ed. Orbis, Barcelona, 1983, p. 190).

viernes, 1 de agosto de 2008

Principios educativos personalistas comunitarios II: el alumno y su tarea

Podemos describir la tarea del alumno en torno a una palabra clave: aprender. ¿Qué es aprender? Como bien se viene diciendo desde hace ya algunos años, aprender no es sólo memorizar, como tampoco es sólo asimilar intelectualmente algunos conocimientos. Pero decir que aprender no es sólo esto no quiere decir que esto no sea importante para aprender. No debemos caer en el extremo de negar el valor de la memoria y la comprensión intelectual dentro de todo proceso de aprendizaje. Ahora bien, ni una cosa ni otra conllevan, por sí solas, el crecimiento de la persona, finalidad de todo proceso de aprendizaje. ¿Qué es, entonces, aprender? ¿Cómo podemos describir la tarea del alumno? ¿Cuál debe ser esta tarea en una escuela renovada desde el personalismo comunitario?

En primer lugar, aprender es buscar la verdad. Desde el principio, muy solemnemente, adiós al relativismo. Buscar la verdad en lo personal, mejorando la propia persona, trabajando la virtud, venciendo al vicio. El alumno es una persona con voluntad de verdad.

Esa búsqueda implica un esfuerzo, de ahí que aprender sea realizar un trabajo, una acción. La educación personalista y comunitaria no busca alumnos pasivos, sino personas capaces de asumir la tarea de crecer, de aprender, de transformar.

En tercer lugar, aprender es descubrir, revelar, encontrar. El hombre está abierto al mundo y a sí mismo desde su persona; llamado a conocer lo desconocido, a penetrar en los secretos de la realidad. Aprender es poner el corazón y la inteligencia frente a las incógnitas del mundo y lanzarse al encuentro de la verdad.

Salir a ese encuentro es inventar, crear. No lo queremos todo hecho. Lo hecho, hecho está. La acción sigue siendo necesaria, no sólo para la transformación del mundo sino también para la realización de la persona.

Aprender es reconocer, y esto en dos sentidos: en primer lugar, reconociendo la verdad en aquello que se entrega, en aquello que el alumno recibe fruto del esfuerzo de otros hombres a lo largo de la historia; en segundo lugar, porque la verdad está dentro de cada cual, y conocer no es sino reconocer esa verdad última que cada persona lleva en sí.

Aprender es, además, crecer en autonomía, es decir, en libertad y responsabilidad. No asumir sin más lo que el profesor enseña, sino ir aprendiendo a pensar desde la voluntad de verdad.

Aprender es, finalmente, saber enseñar: sólo se sabe bien aquello que se puede transmitir y compartir, aquello que se sabe poner al servicio de los demás, para ayudarlos a crecer. Es la dimensión diacónica del aprendizaje.



(Fragmento del artículo "Hacia una escuela personalista comunitaria" de Luis Rosa, publicado en Actas del I Congreso Internacional de Personalismo Comunitario: Democracia, Persona y Participación Social, Ed. Fundación Emmanuel Mounier, Salamanca, 2005, pp. 110-111.)


Principios educativos personalistas comunitarios III: el maestro y su tarea

El profesor es un servidor. Y esta al servicio de los alumnos, no de la asignatura, de los contenidos o de los métodos. Ahora bien, este servicio no es semejante al que un esclavo presta a un tirano: la misión del maestro no es facilitar los caprichos del alumno. Al contrario, el maestro está al servicio del alumno para que este crezca como persona en comunidad.

Antes describíamos la tarea del alumno a partir de una palabra clave: aprender. Ahora nos centraremos en otra palabra clave para describir la tarea del maestro: enseñar. ¿Qué es enseñar?

Enseñar es servir. Servir, como decimos, a los alumnos para que conozcan y realicen su verdad; trabajar por ellos y con ellos; acercarse a ellos para conocer sus necesidades, sus problemas, sus deseos, sus anhelos, su mentalidad; compartiendo tiempo con ellos, arrimando el hombro cuando lo que haya que levantar pese demasiado, tendiendo la mano para aupar, dando una palabra con sentido en el momento preciso.

Enseñar es dar, ofrecer, entregar. Lo que el profesor entrega es algo que tiene valor. Lo entrega porque ama a sus alumnos, porque desea que estos vivan en plenitud; lo entrega porque ama lo que entrega, porque sabe que sólo se posee lo que se regala.

Además, enseñar es devolver con agradecimiento. Devolver lo recibido en la vida, esas cosas buenas que otros nos han dado a conocer con anterioridad; es continuar con esa tarea de entrega que otros hombres han llevado a cabo a lo largo de la historia. Lo que el profesor entrega a los alumnos es fruto del trabajo no sólo suyo, sino de muchos hombres que se empeñaron en construir un mundo mejor.

Enseñar es mostrar, traer a la luz, desvelar, revelar, acercar al alumno a la verdad para que este pueda contemplarla y caminar en ella; señalar y denunciar las mentiras que llegan a los alumnos a través de los medios; romper los prejuicios equivocados, enseñarles a pensar críticamente, a leer, a expresarse. Enseñar es decir la verdad y desenmascarar las mentiras.

Enseñar es proponer, posibilitar. El maestro no debe imponer, sino proponer. La diferencia es radical: cuando el trabajo viene impuesto es mucho más difícil que aparezca la motivación. Además, proponer es una forma de educar en la responsabilidad: la realización de lo propuesto, una vez es dialogado y se llega a un acuerdo asumido por todos, es responsabilidad de alumnos y profesor.

Enseñar es animar, pedir, exigir. La tarea del maestro no se limita a proponer. También es necesario animar, incitar al trabajo, al estudio, a la investigación; despertar la curiosidad, captar el interés, llamar la atención de los alumnos. En este sentido son muy importantes la actitud y las palabras del profesor. El profesor se tiene que mostrar activo, interesado, con ganas de trabajar; esta actitud ha de ser contagiosa y debe verse reflejada en las palabras. Palabras de ánimo hacia los alumnos. Esta animación que lleva a cabo el maestro es a la vez petición (de respuesta) y exigencia. Pero el profesor sólo puede esperar la respuesta tras haber entregado su vida en forma de palabra; la exigencia será la otra cara de la entrega gratuita de su vida. Quien entrega su vida desinteresadamente genera en el otro, por lo menos, una pregunta.

Enseñar es orientar, acompañar, facilitar. El maestro debe conocer a sus alumnos, acercarse a sus vidas, llamar a la puerta de su interioridad. Debe estar ahí, siempre. Y los alumnos deben saber que él está ahí cuando se le requiere. Su labor de acompañamiento y orientación consiste en ayudar al alumno a leer sus deseos profundos, colaborando con él en su realización.

Enseñar es esperar pacientemente. Todo proceso educativo realmente eficaz requiere tiempo. Más aún la educación personalista y comunitaria, que dura toda la vida. El profesor es la persona que sabe mirar y descubrir aquello que cada alumno está llamado a ser. Sabe orientarlo hacia ello y acompañarlo con paciencia. Sabe esperar trabajando –pues esperar es trascender, estar partiendo siempre en busca de algo–, esperar con las manos en la masa, amasando amorosamente. Sabe no ceder a las dificultades que siempre aparecen; sabe superarlas perseverando.

Enseñar es hacer reír: maestros, que nunca falte el buen humor. El humor sano que ayuda a trabajar cuando el trabajo se hace duro, que ayuda a relativizar las carencias cuando estas parecen insalvables, que ayuda a acercar los corazones de los alumnos y del profesor. Una sonrisa en la cara del profesor puede captar la atención de los alumnos mejor que muchas actividades preparadas para dicho cometido; además, la sonrisa en el rostro del otro despierta algo de esperanza y de alegría en los corazones apocopados o endurecidos. La risa hace comunidad cuando es sincera.

Enseñar es realizar aquello en lo que se cree: el maestro es ejemplo vivo de lo que en su palabra aparece, a pesar de sus debilidades y en sus debilidades mismas. No podemos pedir esfuerzo y eficacia y llevar las clases poco preparadas o tardar semanas en corregir y revisar los trabajos de nuestros alumnos.

Enseñar es estar siempre aprendiendo. El maestro no deja nunca de aprender, de buscar, de ser alumno y discípulo. Por eso al maestro no le resulta difícil ponerse en el lugar del alumno: él nunca ha dejado de ser alumno porque ha descubierto que la vida es un continuo dar y recibir, recibir y dar; que su vida empezó gracias a la ofrenda de otras personas, y que esta ofrenda posibilita ahora su ofrenda. El maestro ha descubierto la dinámica agápica de la vida.


(Fragmento del artículo "Hacia una escuela personalista comunitaria" de Luis Rosa, publicado en Actas del I Congreso Internacional de Personalismo Comunitario: Democracia, Persona y Participación Social, Ed. Fundación Emmanuel Mounier, Salamanca, 2005, pp. 110-111.)