viernes, 28 de marzo de 2008

El otro nos llama a la acción

La presencia del hombre da al mundo una coloración especial, y por eso el mundo -como hogar del hombre- «reclama nuestra intervención, la acción por los otros que padecen. Hay multitud de causas que piden a gritos nuestra ayuda. Es indispensable que, en la medida en que nos sea posible, nos impliquemos en la historia» (Vicente Ferrer, El encuentro con la realidad, Ed. Planeta, Barcelona, 2003, p. 107; en adelante ED). La presencia del otro en su padecer es para el hombre una invitación a la acción, a la implicación en la historia, al compromiso:
«En la práctica, vemos como las injusticias, los acontecimientos malos en general, provocan en nosotros sufrimiento, físico o espiritual. El alma llora. Una espada nos atraviesa. El corazón duele. También el sufrimiento de los demás nos afecta en lo más profundo, pues tiene una conexión íntima con cada uno de nosotros. Resuena en nuestro Ser, hiriéndolo tanto o más que nuestro propio sufrimiento.
Con cada ser que sufre nace una nueva responsabilidad para curar y remediar. Pueden ser los gritos de niños o las catástrofes naturales, pero todo sufrimiento nos llama a la compasión, a la acción por los demás y a los actos heroicos.
En la vida práctica, el dolor y el sufrimiento no están para ser entendidos, sino para ser resueltos» (ED, p. 210).
Los pobres son los otros que más padecen. Hay muchas formas de pobreza, y todas ellas tienen algo en común: son para el hombre una manera de vivir sin la presencia de Dios en la forma en la que se lo necesita. Al pobre que no tiene que comer le falta Dios en forma de comida, como pan, y quizá también le falte como amistad o como alegría. Pobre es aquel que necesita, y en última instancia toda necesidad es necesidad de Dios, por eso la presencia del pobre es llamada, invitación a cubrir esa necesidad mediante la acción espiritual: «El mundo de los pobres nos reclama que AHORA, no en miles de años, hagamos realidad su triunfo, su incorporación a la sociedad como verdaderos ciudadanos partícipes de la dignidad, la igualdad, el bienestar y la fraternidad que cada día se les niega» (ED, p. 230).
Y es que en el fondo «somos todos uno, y por lo tanto responsables los unos de los otros» (ED, p. 253).