miércoles, 29 de julio de 2009

El tiempo de la persona en el horizonte de la diafanidad - Luis Rosa Invernón




El horizonte de la diafanidad es el nuevo horizonte abierto por la razón poética, descubrimiento específico y central de la filosofía de María Zambrano. En este nuevo horizonte aparecen a una nueva luz el tiempo, el ser y la realidad, triada metafísica que enmarca la vida de la persona.
Procediendo en círculos, tal y como enseñaba Ortega y Gasset, las páginas de esta obra nos llevarán a ahondar en el misterio de la persona en diálogo con las grandes corrientes filosóficas de la historia del pensamiento.

Puedes comprar el libro en Bubok pinchando aquí.

martes, 10 de febrero de 2009

El gran testimonio de Viktor E. Frankl

Accede aquí a El hombre en busca de sentido, una de las obras más importantes de V. E. Frankl.

jueves, 5 de febrero de 2009

La razón poética como razón contemplativa


Razón poética es razón contemplativa. La contemplación es un modo particular de visión, de visión en unidad que ejerce la persona al ser tocada en su íntimo fondo, en su originario sentir, por la realidad. No hablamos por tanto de la mirada contemplativa como acción realizada con los ojos, pues así miramos siempre que miramos. Nos referimos a algo mucho más serio: mirar con los ojos… del corazón. El corazón, órgano unificador de la persona, intimidad desde la que el hombre abre su ser a la realidad poniendo en juego toda su carne. La mirada desde el corazón es mirada contemplativa, tierna, no violenta, capaz de penetrar en lo profundo de la realidad y descubrir su esencia. “Profundo -indica María Zambrano- es aquel espacio creado por la acción de algo no hecho para estar en el espacio y que lo crea para que alguien que vive en el espacio y anda por él, pueda entrar en su contacto” (Zambrano, M., Hacia un saber sobre el alma, p. 68). Lo profundo es un espacio que está ahí, no lo crea el hombre. Pero ese espacio está ahí para que podamos acceder a su través a algo que en principio nos resulta desconocido. Pero, si bien no es el hombre el creador de lo profundo, sí podemos reconocer ‘algo’ como autor de esta profundidad. La profundidad está puesta ahí, como espacio que da acceso a un no-espacio, con una intención. La intención es que podamos tener acceso a una verdad que muchas veces se ha creído callaban las apariencias. “Las apariencias no son la verdad”, diría Platón. Mas las apariencias no existen, existe la realidad, que da de sí y se entrega, se manifiesta, se muestra en la luz. Lo que se ha venido llamando ‘apariencias’ a lo largo de la historia de la filosofía no es lo contrario a la verdad, sino camino de acceso a la misma. Pues la realidad, en su manifestación, en su aparición al ser bañada por la luz, se nos regala en un determinado horizonte, y nos invita, creando el espacio de lo profundo, a ir más allá. Y a esto, a ir más allá, se le llama trascender. Lo profundo nos pone en camino hacia lo trascendente. Por eso el hombre, como bien dice Zubiri, vive constitutivamente en hacia (Cfr. Zubiri, X., Inteligencia y realidad, Ed. Alianza, Madrid, 2006, pp. 101-102). Esta vida, lanzada por la estructura misma de la realidad y de la inteligencia humana hacia lo trascendente a través de lo profundo, es invitación al conocimiento de la verdad. Por eso puede decir Zambrano que “lo profundo es una llamada amorosa” (Zambrano, M., Hacia un saber sobre el alma, p. 68). Y es que el amor es exigencia de conocimiento en libertad. “Cuando el sentido único del ser se despierta en libertad, según su propia ley, sin la opresiva presencia de la intención, desinteresadamente, sin otra finalidad que la fidelidad a su propio ser, en la vida que se abre. Se enciende así, cuando en libertad la realidad visible se presenta en quien la mira, la visión como una llama. Una llama que funde el sentido hasta ese instante ciego con su correspondiente ver, y con la realidad misma que no le ofrece resistencia alguna” (Zambrano, M., Claros del bosque, p. 51). La razón contemplativa funde el sentido de la realidad, lo encuentra unificado, lo descubre bajo el calor del amor. Y es que, si bien la mirada fría y rígida de la razón occidental, despegada de la carne, no podía dar cabida a una verdadera revelación de amor, la razón contemplativa, máximamente pasiva y máximamente activa a un tiempo, es capaz de reflejar en el mar de su alma la forma y la figura de la verdad. Es una razón capaz de dar cobijo a la verdad, de ser su hogar y su templo. Por eso quien vive contemplando es templo de la verdad; ésta lo habita, toma presencia en su interior y lo moldea para poder transparentarse, para darse a conocer a otros. La razón contemplativa hace al hombre más transparente: “Transparente es algo que decimos en alabanza de un cristal, por ejemplo, de una cosa que es el medio para dejar pasar otra. Y no es condición contraria, la profundidad, cualidad que igualmente adjudicamos a un alma superior. Un alma clara y profunda… ¿para qué última función de su vida necesita el hombre tenerla?, ¿qué tiene que dejar pasar el alma a través de su transparencia, qué hondas raíces tiene que albergar en su profundidad?” (Zambrano, M., Hacia un saber sobre el alma, p. 34). El amor será la respuesta.