La revolución comienza a instalarse en cada persona mediante una inquietud. Ese hombre no vive ya en seguridad en un mundo simplista; cesa de confundir sus pensamientos perezosos con el sentido común. Duda de sí, de sus reflejos; su irritación a veces traduce su malestar. Ha comenzado a tomar conciencia.
Modificando la fórmula habitual, diré que la revolución personal comienza por una toma de mala conciencia revolucionaria. Es menos la toma de conciencia de un desorden exterior, científicamente establecido, que la toma de conciencia por el sujeto de su propia participación (hasta entonces inconsciente) en el desorden, incluso en sus actitudes espontáneas, en su comportamiento cotidiano.
Entonces viene la negativa, y tras las negativas, no un sistema de “soluciones”, sino el descubrimiento de un centro de convergencia de las claridades parciales que despiertan una meditación proseguida, de las voluntades parciales que nacen de una voluntad nueva; una conversión continua de toda la persona solidaria, actos, palabras, gestos y principios en la unidad siempre más rica de un único compromiso. Tal acción está orientada al testimonio y no al poder o al éxito individual.
Emmanuel Mounier
Manifiesto al servicio del personalismo