El hombre tiene que dejarse penetrar por la verdad en el tiempo para realizarse como persona. El tiempo es el medio en el que la vida del hombre se desarrolla, y es por tanto en el tiempo donde se juega su realización. Lo decisivo para el hombre será, consecuentemente, saber estar en el tiempo del modo más humano. La fuerza de la verdad como revelación hace que la luz pueda alumbrar lo sombrío de la vida, lo condenado, lo apartado, para que pueda ser salvado, sanado e integrado. Sólo la verdad nos da esta plenitud humana. Nuestro sentir originario es el sentir de esta necesidad de plenitud, por eso nuestra menesterosidad nunca se apaga y siempre nos impulsa a seguir hacia delante en el tiempo, haciendo historia, en un impulso trascendente, con ímpetu ascensional. El sentir de esta necesidad de trascender es el anhelo de verdad. Y la verdad se nos da en el tiempo, y cuando aparece la vida cambia, pues la verdad transforma la vida dándole sentido y densidad. Mas la verdad no se impone al hombre, sino que se le ofrece. Acogerla o no es la respuesta que el hombre da en el tiempo, de ahí que el tiempo sea para la persona camino de libertad, pues el tiempo puede ser transitado de muchas maneras. Por eso es necesario hallar la manera más humana de hacerlo, aquella que acoja la verdad y revele las entrañas para que ambas, verdad y entrañas, coincidan y comulguen hallando la salvación que el hombre anhela: sentirse plenamente amado por un amor pleno en la plenitud de su realidad.