jueves, 10 de abril de 2008

El navegante

Habló un buen marinero
de eso que llamamos mar:
¿será ajeno?
¿será hogar?
¿será camino por andar?
Dios me preguntó primero.

Él, desde el embarcadero,
del que heme de alejar,
una respuesta sincera,
sencilla, nos dará:
la clave está en el Cordero.

¿Pedir?
Pedir ya no puedo,
pues poder no puedo más.
El nazareno, sereno,
con su humana humanidad

quiso desbordarlo todo:
¡nos tornó divinidad!

Poder, repito, no puedo,
caminar sobre la mar,
salir del embarcadero,
andar en la inmensidad.
¡Soy hombre!,
¿por qué no decirlo?
Soy debilidad.

Pero Él,
mi fiel compañero,
todo me lo quiso dar;
manos, corazón, r
ecuerdos,
que me impiden naufragar.


El sol ya se pondrá, y la noche,
con su oscuridad sombría
tratará de arrancarme de Ti,
fuerza que siempre me guía...
Pero el sol volvió a salir
de forma definitiva,
fulminando al fin así
lo que fin me parecía.


El secreto de este viaje,
uno sólo: el amar,
navegar sobre la mar
dejando todo equipaje,
para que al regresar
a nuestro destino primero,
podamos desembarcar
agradecidos por el mar,
por ser marineros,
por el barco y el embarcadero,
y, sobre todo,
por el Amor Verdadero.

Luis Rosa Invernón