"No se compromete en una acción quien no compromete en ella al hombre en su totalidad.
No son los tecnócratas los que harán la revolución necesaria (...) Tampoco la harán aquellos que tan sólo llegan a ser sensibles a las formas políticas del desorden (...) No la harán tampoco los que acepten ser clasificados por las fatalidades según vengan (...) Por último, no la harán aquellos que den a su compromiso tan sólo una adhesión de labios o de pensamiento. La revolución no se limita únicamente a remover unas ideas, a restablecer unos conceptos, a equilibrar unas soluciones. Vivimos entre las fatalidades de una decadencia, y abrumados por las propias fatalidades de nuestra vida individual que hemos abandonado a los hábitos de esa decadencia. No tendremos un apoyo lo bastante firme para derribar las fatalidades exteriores sino a condición de comprometer toda nuestra conducta en los caminos que hayamos descubierto. La "revolución espiritual", que coloca a la inteligencia en el comienzo de la acción, no es ya una revolución de "intelectuales": cualquiera que se haya emocionado con ella puede desde ese momento comenzar una realización local en las acciones de su vida cotidiana y apoyar así, en una disciplina personal libremente decidida, una acción colectiva renovada".